lunes, 6 de octubre de 2014

Un intruso en mundos ajenos



Por Rubén Valle*


Hay quien cree en Dios como otros en Messi, Batman o Bradbury. Y también quienes intuyen que todos ellos están sintetizados, cual perfumes en la nariz de Jean Baptiste Grenouille, en ese planeta que, a falta de nombre más preciso, llamaremos poesía. Allí es donde con modales de marinero en tierra desembarca Schillagi para advertirnos que «no éramos los únicos», que siempre hubo alguien, un Antonio Cisneros por caso, mirando el universo y suspirando «¡Ah las preguntas celestes. Las inmensas!». Hernán es ahora quien planta bandera y hace suyo el axioma del pequeño paso para el hombre y el gran salto para la humanidad. El poeta, el intruso en mundos ajenos, devuelve el bumerang: «Doy el primer paso a la conquista / y comienzo a suprimir con el índice / el nombre originario de las cosas». Cruza esa frontera que solo el creador sabe dónde está, aunque no exista. Y pasa a otra dimensión (¿la belleza? ¿el dolor? ¿la muerte? ¿las preguntas celestes?) donde alinea versos como si de planetas se tratara y los hace brillar en una noche atemporal, sonar —musicalmente hablando— «como los golpes de un corazón que se quedó latiendo en otro mundo». Habla de conquista, ¿y qué otra cosa es dar con un verso redondo como el anillo de Saturno? Negro sobre blanco, la ficción o su ciencia vienen a confirmarnos que «todo viaje es una excusa». Bienvenidos entonces a un periplo donde las estrellas nos cuentan a nosotros.



*Poeta, narrador y periodista, autor de Tupé. Palabras de la contratapa a modo de presentación.

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